Noche de Paz, Noche de Amor...


Gente:


 
Ya estoy un poquitito (mucho) hinchado las pelotas del famoso “espíritu navideño”, los lobbystas de la buena onda, marketineros de Chanta Clos, fabricantes de merchandising nevado, y el resto de los complices del circo de la hipocresía, empezando por nosotros mismos.
No estoy hablando de una cuestión religiosa del estilo de “recordemos que es la fiesta del cumplimiento de la promesa de Dios de enviarnos un salvador”, simplemente porque hace ya mucho tiempo que este festejo trascendió las barreras religiosas.
Lo que de verdad me jode es que desde octubre que cada vez que sintonizo la radio, abro el diario o prendo la tele, me encuentro con el gordito regalón queriendo venderme desde un secador de cabello hasta un lote en un country. O un conocido Shopping de zona norte diciendo que ese es el mejor lugar para pasar la navidad (y no estoy inventando un ejemplo bizarro). O la gaseosa que disfrazo gente que caja bajo el lema de “en estas fiestas el mejor regalo sos vos”, entonces… ¿lo mejor de la fiesta es el regalo?.
En todos lados (no solo los medios) se llenan la boca hablando de que las fiestas son el momento oportuno para encontrarse con la familia, “sacar lo mejor de uno”, y hasta es “temporada alta de campañas solidarias”, ¿o acaso no vemos siempre para estas fechas como un noticiero muestra a 4 viejas enjoyadas acercándose a tres huerfanitos con los mocos colgando?. Y acto seguido el presentador que recuerda que no será noche buena en culodelmundolandia porque hay guerra civil o en algun rinconcito de África por que hay hambre y sida, pero de la villa a diez cuadras del canal se olvida.
Y mientras nos llenamos la boca y la casilla de correo de nuestros amigos de loables deseos de paz para la humanidad y que se acabe el hambre en el mundo, salimos corriendo porque son las dos horas de descuento en el Shopping, y no nos queremos quedar sin el reproductor de mp3.
Los moralistas se cansan de gritarle al mundo que esta fiesta se “comercializó” y como es políticamente correcto, el mundo le da la razón a ellos, mientras le sigue dando la espalda a los excluidos de siempre.
Si todos los que nos decimos buena gente hiciéramos una sola cosa chiquita por una sola persona esta noche, pero por una de esas personas que no tiene verdaderos motivos para festejar, esta noche debería suceder un milagro. Porque si somos tantos como creemos y tenemos el compromiso que decimos tener, no deberíamos ver un linyera en una plaza abrazado a una botella, un enfermo solo en un hospital, una tía peleada con toda la familia o un chico mendigando un poco de pan dulce.
Hagámonos un regalo de verdad a nosotros mismos, compartamos un ratito de esta noche con alguien que nos necesite, después de todo ¿cual es la gracia de estar con quienes estamos todo el año?, es como esperar hasta el aniversario para decir “te quiero” ¿o no?.
Para cambiar el mundo no hacen falta gestas heroicas o epopeyas sobrehumanas, con cada decisión cotidiana cambiamos el mundo (para mejor o para peor), por eso, démosle el valor que le corresponde a estos pequeños gestos, ¿o FE y ESPERANZA son solo palabras de un diccionario de teología?
Por lo menos solo por esta noche, quizás nos sorprendería el resultado de hacer la prueba…
 
Les deseo a todos una muy Feliz Navidad y que esta nueva afirmación del amor por nosotros nos enseñe a amarnos entre nosotros mismos como el nos ama, porque sino, ¿para que festejamos la navidad?
 
Julio

Sobre Corsos a Contramano...


El 9 de Junio de 1976 Videla, Julio Juan Bardi y Albano E. Harguindeguy promulgaron el decreto 21.329. Bajo ese nombre, se escondía la desaparición de los feriados de carnaval.
Esta institución milenaria de varias civilizaciones, con diferentes nombres y formas, fue una de las primeras víctimas de nuestra más reciente dictadura militar. En cualquiera de sus mascaras (Entre las góndolas de Venecia, junto a la Pacha Mama en La Quiaca o en el Sámbodromo de Río de Janeiro), el carnaval no es otra cosa que el festejo de la COMUNIDAD. Atado fuertemente en sus orígenes a la tradición cristiana, su nombre deriva de “carne”, justamente porque esos lunes y martes de carnaval son los anteriores al miércoles de ceniza, con el cual comienza en tiempo de ayuno y abstinencia católico conocido como “Cuaresma”. Y de ahí parte el primer movimiento de carnadura social. De esa clara contraposición entre el libre festejo callejero y la procesión religiosa en la que cada cual ocupa el lugar que el protocolo o el poder le han adjudicado.
Piensen en un espacio social en el que no existen divisiones, ni por sexo, ni por color, ni por religión, ni por dinero. Donde ricos y pobres no se distinguen entre sí y festejan el hecho de formar parte de la misma comunidad. Festejo que no tiene por espacio físico otro que no sea el público, el de uso común de todos y que es además punto de encuentro. Porque no se trata de “la fiesta de unos pocos”, sino del encuentro de todos, “apropiándose” de la “calle” (aunque muchos se alarmen en esta época de piquetes y cortes de ruta).
Esta fiesta también trae atada a sí misma viejas tradiciones populares, como la de “espantar los demonios”. Y es así que nacen los disfraces, convirtiendo en un primer momento a cada uno en aquello que es su mayor miedo, como forma de enfrentarlo, y después en mascaras más feroces que esas pesadillas como método de espantar a los monstruos reales. Así también nace la música del carnaval, que en un primer momento es sólo el sonido de palos golpeándolo todo a su paso (¿proto-cacerolazos?), porque se creía que el bullicio alejaba la mala suerte. Ese ruido infernal fue tomando ritmo y cadencia de la mano de oídos atentos y manos hábiles que fueron desarrollando los instrumentos y las melodías. Y la evolución lógica de esto, fue la aparición de las letras, que empezaron a espantar a los demonios de la realidad. Políticos corruptos, empresarios inescrupulosos y demás integrantes del panteón de la inmoralidad eran carne de cañón en la pluma de los letristas de todas las murgas (algo de lo que nuestros hermanos Charrúas saben bastante). Más de un intendente tuvo que sonreír desde su palco cuando un grupo de vecinos le cantaba sus verdades en algún corso callejero del conurbano.
Y aún así, yo personalmente no creo que todo esto fuera suficiente como para que los militares tuvieran el valor de eliminar los feriados del carnaval. Creo que la respuesta a esa decisión netamente política hay que buscarla en la figura principal de estos festejos: LA MURGA.
Una murga, no es otra cosa que un grupo de vecinos, unidos, que trabajan durante el año para preparar esos dos días de festejo. Trabajo que incluye una enorme cantidad de vecinos que necesariamente se relacionen entre sí. Porque si algunas amas de casa tienen que coser los trajes, otros tienen que ensayar la música, algunos se reunirán a escribir letras y varios más practicarán las coreografías. Y todas esas actividades, por cuestiones de practicidad, solían nucleares en algún espacio físico de la comunidad, lugar que muchas veces terminaba instituyéndose como sociedad de fomento, club o centro cultural. Y este espacio de encuentro a su vez, era espacio de reflexión sobre las necesidades de la comunidad, y de ahí nacían iniciativas tan simples como necesarias para el barrio, como podían ser la pavimentación de una calle o la limpieza de un basural.
Desde esta segunda perspectiva, la junta militar no se limitó a quitar del calendario dos feriados, sino que en realidad, anuló expresamente un sostén de la vida comunitaria de la mayoría de los barrios. El espacio donde los vecinos podían ver juntos su realidad y actuar en consecuencia. Y eso, sin contar con la tranquilidad que le daba el hecho de no tener que escuchar sus nombres en alguna rima burlona que encerrara una denuncia en serio.
En aquellos años en los que murgas de estridentes colores y gritos de injusticia a flor de piel eran amordazadas, estaba muy de moda una frase que rezaba: “el silencio es salud”. Es raro (quizás se yo el raro), pero siempre asocie el silencio con los cementerios…

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