Espejo


“…Y la ciudad vuelve a ser la capital de un imperio que nunca existió: el imperio de los sentidos que consigue imponernos.”
Martín Caparrós

Si hubiera que definir el momento histórico previo a los sucesos de ese 20 de Diciembre con una imagen, esta fotografía es la ideal. Ha superado la circunstancia individual que la ha producido, no habla ya de aquél o de aquellos personajes en particular, sino que expresa unos conceptos.
La foto en cuestión fue tomada por Rafael Calviño el 20 de Diciembre del 2001, en una de las salidas de la estación Uruguay de la línea B de subterráneos. Su nombre es “Estación de Subte 20 de Diciembre de 2001” y pertenece a la muestra “Un año en la Nación”. En ella se puede apreciar a un hombre durmiendo en el piso de la estación, cubierto con un afiche publicitario que sólo deja ver un pie y una mano. Sobre él se ve una marquesina eléctrica que ocupa el centro de la imagen. En ella, una publicidad de pintura muestra una galería de arte en la que se ven expuestos dos cuadros, uno en cada extremo de la imagen, y una pequeña escultura en un pedestal. La presencia humana está dada por un hombre y una mujer, aparentemente críticos de arte, muy bien vestidos que se han detenido a observar la pared con atención en el espacio que hay entre los dos cuadros. Sobre una columna que se asoma desde el extremo derecho de la fotografía aparece una pequeña cámara de seguridad apuntando hacia la pareja.
Muy a menudo, el punctum es un detalle, es decir, un objeto parcial. Asimismo, dar ejemplos de punctum es, en cierto modo, entregarme. A simple vista, esa marquesina parecería ser una ventana y ese detalle fue el que tomé como llave para desentrañar el sentido de la fotografía. La escena me lleva con ella y se traslada desde esa estación de subte a un rincón de la noche porteña, a esta oscura vereda donde un hombre intenta abrigarse con un afiche a los pies de una ventana. Ventana que deja ver un interior iluminado que contrasta con el exterior. Un ambiente confortable sirve de marco para la presencia de dos personas que le dan la espalda a la ventana, aparentemente más interesadas en una pared que en los cuadros que están a los lados o en lo que sucede afuera.
Esta nueva construcción se transformó en el punto de partida de un nuevo viaje, pero este hacia la realidad de ese día. Miraba la fotografía y veía una Argentina pobre, dormida y apabullada por la dura actualidad. Seguía observando y en la ventana había otra Argentina, una artificial, divorciada del mundo, que le dá la espalda a la realidad de lo que sucede afuera. La actitud frívola de esta Argentina irreal se hace aún más exasperante cuando noto que sus habitantes no sólo evitan ver la verdad, sino que además se encuentran atraídos por la nada.
Vuelven a mi mente recuerdos del día previo a la fotografía. Recuerdo el torpe mensaje del 19, y el efecto que produjo. Me acuerdo que no entendía como alguien podía suponer que gobernaba un país al que mataba sin salud, seguridad, ni educación.
La única explicación que encuentro es una miopía mental, que le impida ver más allá de la punta de su nariz. Esa es la única justificación para su política. ¿Sabrá como se ven los niños que mueren de hambre? ¿Entenderá la pobreza y desesperanza de este país?. La respuesta a estas preguntas es un definitivo no, me niego a pensar que alguien que haya conocido el verdadero hambre deje que otros lo sufran sin hacer nada.
Todas estas construcciones de sentido giraban en mi cabeza sin cesar. Conceptos que abarcaron miles de páginas en centenares de publicaciones ocupaban ahora ante mis ojos el espacio de una fotografía. Mientras pensaba en el talento de Calviño para conseguir esa imagen entendí la verdad. Esta foto sólo puede ser producto de la capacidad del autor para descifrar ese idioma propio de la ciudad. Esa ciudad que no hace otra cosa que reflejar la verdad y mostrársela al que este atento.
Ahora hilo mis pensamientos en torno a ese lenguaje y vuelvo a enfrentarme con la fotografía. Surgen de ella muchas otras preguntas y afirmaciones, ¿los de la ventana estaban pintados?, ¿Qué vigilaba la cámara?, ¿servía como abrigo el afiche?. Busco respuestas a estas preguntas y entiendo que todas ellas funcionan cómo complemento y sostén de ese mensaje que claramente exhibe la imagen.
Mensaje que nos recuerda los sucesos de esos días y desde su simplicidad nos llama a todos a estar atentos para evitar repetir la misma historia. Si 
escuchamos a la ciudad seguramente será más sencillo.

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