Somos todos Sántiago Fernández



Este Jueves por la noche (en Argentina), se encenderá nuevamente la Antorcha Olímpica.  Detrás de los flashes, del marketing, del negocio y la politiquería, una legión de tipos comunes, que ni viven en la mansión de Kobe Bryant, ni salen en tapas de revistas como Ronaldinho, o no cotizan en bolsa como Federer, tendrá la chance de demostrar que el deporte es una actitud que va más allá de reglamentos y estadísticas.
Entre ellos está el remero argentino Santiago Fernández. Un argentino como tantos otros, que con sus 31 años trabaja, estudia y esta tratando de ahorrar para poder casarse con su novia. Vive en Tigre y como tantos otros jóvenes de esa zona se le dio por divertirse remando, ámbito que hace tiempo por condiciones naturales y el trabajo de los clubes logró una medalla de oro para la argentina en 1952.
Este pibe rema porque se crió cerca del tigre, y porque hubo amigos, tradiciones, costumbres y una organización, que aunque a los ponchazos lo acompañó en su decisión. No sólo eso, sino que este es además un país de “remadores”.
Él entrena cuando puede y como puede. La pista del tigre, por su nivel de contaminación y las corrientes estaría prohibida en cualquier otro lugar del mundo. Él mismo se busca el equipo necesario y ni hablemos de las dietas balanceadas que les proveen a otros remeros en sus países.
Santiago se hizo conocido por haber salido 4º y quedar a menos de medio segundo de la medalla de bronce en Atenas 2004. En esos juegos, los europeos estrenaron botes de aleaciones de última generación, y el remó un armatoste alemán 10 años más viejo y 3 kilos más pesado, que era lo único que pudo conseguir (si le pasaba algo al bote en el camino, no había un repuesto).
En aquél momento su historia se hizo medianamente mediática, y fue olvidado tan pronto como ganamos las medallas de oro de básquet y fútbol.
Un par de años después, el mundial de remo era en las frías aguas de Linz, Austria. Con el cuarto puesto en Atenas Santiago logró que el estado aumente su beca y así pudo viajar a participar. Pero la federación de remo se olvidó de él y no reservó hotel en Linz. Él llegó pasada la medianoche, y tuvo que pasar las horas previas a la competencia durmiendo en un auto abandonado.
En el preolímpico de Río de Janeiro, los brasileños le habían prometido a el y a sus compañeros un juego de botes para que puedan competir en igualdad de condiciones. Cuando llegaron al entrenamiento descubrieron esos botes se los habían dado a los estadounidenses para que ensayen, porque estos no querían usar sus botes de competencia para entrenar.
De urgencia llegaron medios machucados por el viaje los mismos botes con los que practicaban en Tigre. Descubrieron que el 4 sin timonel por ser un modelo viejo no daba el peso mínimo para ser habilitado. Había en el taller un pedazo de caño de plomo para chatarra que pesaba poco más de un kilo y medio, y terminó en el fondo de bote de lastre. Ese cacho de metal, los acompañó al podio ese día, y probablemente ya este en las habitaciones de nuestros remeros en Beijing.
Lejos de las figuras millonarias, cuando den la señal de largada en algún rincón de la China, Santiago Fernández no competirá contra esos rivales que tienen 100 veces más presupuesto, o más tecnología o que son profesionales del remo y que además son cuidados por un ejercito de especialistas y una organización eficiente.
El “Pollo” Fernández va a remar contra lo que siempre remó, sus propias posibilidades. Lo que cada uno de nosotros hace todos los días cuando sale de la cama. Y si pusiéramos la voluntad que él pone frente a la adversidad quizás nos “ganemos” un país mejor. El único secreto para ganar esa carrera es no darla por perdida.
Julio Ricardo Mosle

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